La liturgia de hoy martes santo, nos sitúa ante la realidad de la gestión de la crisis en la vida espiritual, bajo dos paradigmas diferenciados: Judas y Pedro. Se trata de una distinta gestión de una traición de igual calibre pero de distintas consecuencias.
En la crisis de Judas y Pedro, y en nuestras crisis en la vida cristiana, encontramos un elemento común: las expectativas frustradas, “este mesías no es lo que esperábamos”. Y esta tiene como reacción de parte de uno la traición manifiesta (vende al Maestro); en el caso de otro una traición implícita que luego portará a la negación el voluntarismo auto- referencial(“daré mi vida por ti” “yo con mis solas fuerzas” “yo con mi empeño”).
En ambos casos se produce la traición de una experiencia fundante: SENTIRSE LLAMADOS- AMADOS por parte del Señor.
Y es que la mayor traición a Cristo es la negación de aquello genuino que Dios ha depositado en cada una de nuestras vidas. Esta traición a nosotros mismos, a nuestros ideales, a nuestro ser más profundo, se produce por un choque entre nuestro yo real (quién soy) y mi yo ideal (el que me gustaría ser). Se manifiesta en una especie de “esquizofrenia espiritual” que nos lleva a mantener discursos de auto- odio, de autodestrucción de los cuales las señales más claras son la condena a los otros, el vivir continuamente señalando y apuntando con el dedo, por no vivir reconciliados con lo que somos.
Por eso hoy se nos invita a preguntarnos ¿quién soy yo realmente? ¿Cuál es mi identidad más profunda con sus fortalezas y debilidades? Porque es así que he sido LLAMADO Y AMADO, y hasta que no lo acepte (hasta que no me acepte) no seré feliz ni estaré en grado de corresponder a su llamada.
Esta traición a nosotros mismos y con ello a aquello de sagrado que Dios ha depositado en nuestras vidas, tiene en nuestros dos personajes distintas consecuencias. En el caso de Judas la desesperación, la angustia, el miedo que lleva a la aniquilación total de si. En el caso de Pedro, el reconocimiento del pecado, las lágrimas, el arrepentimiento, el amor realista que porta a la regeneración.
¿Dónde me encuentro ¿Dónde me quiero situar?
Para ser llamados- amados, no se nos pide a priori que seamos perfectos. Él es el único perfecto, él es el que en la comunicación de su amor nos perfecciona. Por eso estamos llamados a abrazar nuestra fragilidad, que es amiga porque es condición que nos permite experimentar la fuerza de su amor que renueva. A nosotros nos toca responder con humildad, desde la verdad de quienes somos, aquí estoy. Confiando que es Dios quién lleva a pesar de nuestras limitaciones, a cabo su obra
Vivir reconciliados, amados, aceptando como don todo aquello con lo que Dios nos ha colmado, es la condición que nos abre a experimentar la fuerza de su presencia transformante en nuestras vidas. La presencia de un Misterio tremendo y fascinante, que nos desborda, que nos supera, y que nos invita a entrar en su lógica de donación y entrega.
Rvdo Cristóbal Rodríguez Hernández