Hoy, 3 de mayo, se celebra la festividad del hallazgo de la Santa Cruz por Santa Elena, madre del Emperador romano Constantino.
Elena peregrinó a Tierra Santa tras haber tenido una revelación celestial e inició una incansable búsqueda. Recurrió a la oración, consultó a los cristianos, hizo venir a sabios judíos, y todos convinieron unánimemente en que la cruz se hallaba en el mismo lugar en que Jesucristo había sido crucificado. Empleó a la legión romana para hacer las excavaciones y, después de haber cavado profundamente, descubrió el Santo Sepulcro, junto al cual se hallaban tres cruces. Todo esto hace que se considere a santa Elena una de las primeras arqueólogas reconocidas por la historia y los textos antiguos la describen casi como una heroína.
La Santa Emperatriz dejó la mayor parte de las reliquias en Jerusalén, pero llevó consigo a Roma tres fragmentos de la Vera Crux -de la cruz del Señor-, el título de la condena, uno de los clavos y algunas espinas de la corona que sus verdugos impusieron a Jesús. También hizo trasladar una gran cantidad de tierra del Gólgota y las gradas de piedra de la escalera que el Señor recorrió cuatro veces el día de su pasión, para comparecer ante Pilatos en el Pretorio.
El Clavo, los tres fragmentos de la Cruz y el INRI fueron piadosamente custodiados por Santa Elena en su residencia imperial: el palacio Sessoriano. Al cabo de algunos años, posiblemente después de la muerte de su madre, Constantino quiso que se construyera allí una basílica que tomó el nombre del palacio, Basílica Sessoriana, aunque también era llamada Sancta Hierusalem.
En el Tesoro de la Concepción se encuentra una cruz de autor anónimo, realizada en el siglo XVIII en plata repujada, cincelada y recortada, sobre un alma de madera. Se venera todos los tres de mayo colocándose en el altar, acompañada en de Santa Elena, una talla en madera policromada y estofada, obra de Fernando Estévez (1788-1854).