Domingo 22 de octubre – XXIX del Tiempo Ordinario

Oct 19, 2023

1ª Lectura: Is 45, 1.4-6

Salmo 95,1.3.4-5.7-8.9-10a.10e

2ª Lectura: 1Tes 1, 1-5b

Evangelio: Mt 22, 15-21

Continuamos este domingo en el capítulo 22 de Mateo, y los principales de la sociedad judía han decidido cambiar de táctica para intentar comprometer a Jesús. No han podido detectar ni un atisbo de delito en cuanto a la moralidad judía, por eso intentan enfrentarlo con las autoridades romanas de su tiempo, siempre atentas a cualquier rebelión social o política. «¿Debemos pagar tributo al César?», es la pregunta que le plantean al Maestro después de alabar su sinceridad y su recto juicio ante Dios. Si Jesús responde que sí, será tachado de afín al régimen romano y odiado por los judíos oprimidos; si responde no, se enfrenta directamente con el César y con la paz romana. Jesús hace lo que mejor se le da: demostrar que su palabra y su intención es justa y sincera. Pide una moneda a alguno de sus oyentes, y mostrándola, pronuncia su máxima «pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». La moneda, el dinero, es creación humana con la que se enriquecen unos y empobrecen otros, y que está acuñada por la autoridad. Jesús lo entiende como necesario, por eso no repara en dar al César aquel mismo instrumento que el César ha acuñado con su rostro. Mientras el dinero es cosa de hombres, ¿qué es lo que hay que pagar a Dios? Si la moneda tiene la imagen del César inscrita, cada uno de nosotros tenemos también inscrita la imagen de Dios, y tenemos que conservar y devolver la «moneda» que cada uno somos a su legítimo dueño. Somos enteramente de Dios; por este motivo, Jesús no tiene monedas, tiene que pedirla a alguno del público que le escucha, precisamente a aquellos mismos que le interrogan sobre la necesidad del tributo. La respuesta de Jesús no solo nos enseña que nosotros somos el tributo de Dios y que el dinero es secundario, sino que además nos muestra que el evangelio, la buena noticia, no pivota entre el blanco y el negro. La respuesta que los judíos esperaban era un «sí» o un «no», sabiendo que cualquiera de ellas ponía a Jesús en una encrucijada. Al contrario, la buena noticia se predica a cada persona, con circunstancias particulares y con situaciones vitales diferentes. En nuestra Iglesia hemos tomado por costumbre responder a los grandes problemas de nuestro tiempo con monosílabos: «sí eres de los nuestros», «no eres de los nuestros», «sí eres bueno», «no eres bueno» … ¿Contestaría Jesús con un «sí» o con un «no» sobre cada uno de nosotros a estas preguntas? Entonces, ¿por qué lo hacemos nosotros con nuestros hermanos?